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Nunca me habÃa fijado en Lucas antes de aquella noche. Primero era como si no existiera y, de repente, estaba en todas partes.
Aquella noche acababa de escabullirme de una fiesta de Halloween que seguÃa en pleno apogeo. Iba serpenteando entre los coches del aparcamiento que habÃa detrás de la casa de la hermandad de mi ex mientras escribÃa un mensaje a mi compañera de habitación. La noche era cálida y estaba preciosa; el tÃpico veranillo del sur. Desde las ventanas de la casa, abiertas de par en par, la música atronaba sobre el asfalto, interrumpida por carcajadas ocasionales, desafÃos de borrachos y peticiones de más chupitos.
Como esa noche me tocaba conducir a mÃ, era mi responsabilidad devolver entera a Erin a nuestra residencia al otro lado del campus, tanto si podÃa soportar otro minuto de aquella fiesta como si no. En mi mensaje le decÃa que me llamara o me escribiera cuando quisiera irse. Ella y su novio Chaz habÃan estado bailando de una manera subida de tono, empapados en tequila, antes de entrelazar las manos y subir las escaleras tropezando hasta la habitación de él, asà que era posible que no me llamara hasta el dÃa siguiente. Me reà al pensar en el paseÃllo de la vergüenza que tendrÃa que hacer desde el porche delantero hasta mi camioneta si asà era.
Pulsé «Enviar» mientras metÃa la mano en el bolso para buscar las llaves. Unas nubes tapaban la luna y las ventanas iluminadas de la casa estaban demasiado lejos para que la luz llegara al final del aparcamiento. TenÃa que encontrarlas a tientas. Solté un juramento cuando me clavé un portaminas en el dedo y di un golpe en el suelo con el tacón de aguja, casi segura de haberme hecho sangre. Cuando por fin tuve las llaves en la mano, me chupé el dedo; el leve sabor metálico me dejó claro que tenÃa una herida.
—Mierda —murmuré abriendo la puerta de la camioneta.
Durante los primeros segundos que siguieron, estaba demasiado desorientada para comprender qué estaba ocurriendo. Un instante estaba abriendo la puerta de mi coche y al siguiente me encontraba tumbada boca abajo sobre el asiento, sin aliento e inmóvil. Intenté levantarme, pero no pude porque sentÃa encima de mà un peso enorme.
—Este condenado vestido te sienta muy bien, Jackie. —La voz arrastraba un poco las palabras, pero era conocida.
Lo primero que pensé fue: «No me llames asû, pero esa objeción quedó rápidamente relegada por el terror que sentà cuando noté que una mano me subÃa aún más la falda, ya de por sà muy corta. TenÃa el brazo derecho inutilizado, atrapado entre el asiento y mi cuerpo. Me aferré con el izquierdo al asiento, junto a mi cara, para intentar apoyarme e incorporarme, pero entonces la mano que acariciaba la piel desnuda de mi muslo apareció y me agarró la muñeca. Grité cuando me retorció el brazo detrás de la espalda y me lo sujetó con fuerza con la otra mano. Su antebrazo estaba apretado contra la parte superior de mi espalda. No podÃa moverme.
—Oye, Buck, quita de encima. Déjame. —Mi voz temblaba, pero intenté dar aquella orden con toda la autoridad que pude. Olà la cerveza en su aliento y algo más fuerte en su sudor, y una oleada de náuseas surgió en mi estómago y después se aplacó.
Su mano libre habÃa vuelto a mi muslo izquierdo, con todo su peso apoyado sobre mi lado derecho, aplastándome. TenÃa los pies colgando fuera de la camioneta, aún con la puerta abierta. Intenté subir la rodilla para meterla debajo de mi cuerpo y él se rió de mis patéticos esfuerzos. Cuando metió la mano entre mis piernas abiertas, chillé y volvà a bajar la pierna, pero ya era demasiado tarde. Empujé y me retorcÃ, intentando quitármelo de encima, pero después me di cuenta de que era mucho más grande que yo y entonces empecé a suplicar.
—Buck, basta. Por favor… Estás borracho y te vas a arrepentir de esto mañana. Oh, Dios mÃo…
Él metió la rodilla entre mis piernas y noté el aire en la cadera desnuda. Oà el inconfundible sonido de una cremallera y él se rió junto a mi oÃdo cuando pasé de implorar racionalmente a llorar.
—No, no, no, no…
Bajo su peso no podÃa llenar mis pulmones con suficiente aire para gritar y además tenÃa la boca apretada contra el asiento, lo que amortiguaba todas mis protestas. Luchando inútilmente, no me podÃa creer que ese tipo al que conocÃa desde hacÃa más de un año y que nunca me habÃa faltado al respeto en todo el tiempo que habÃa estado saliendo con Kennedy, ahora me estuviera agrediendo en mi propio coche, en la parte de atrás del aparcamiento de la casa de su hermandad.
Tiró de mis bragas y me las bajó hasta las rodillas. Entre sus esfuerzos por seguir bajándolas y los mÃos renovados para escapar, oà cómo la delicada tela se rasgaba.
—Dios, Jackie, siempre he sabido que tenÃas un buen culo, pero, madre mÃa…
Volvió a meter la mano bruscamente entre mis piernas y levantó su peso durante un segundo, justo lo necesario para que yo pudiera llenar los pulmones de aire y soltar un grito. Me liberó la muñeca y me puso la mano en la parte de atrás de la cabeza para apretarme la cara contra el asiento de cuero hasta que me quedé callada, ya casi incapaz de respirar.
Aunque habÃa conseguido liberarlo, el brazo izquierdo me resultaba inútil. Apoyé la mano en el suelo y empujé, pero mis músculos retorcidos y doloridos no me obedecieron. Sollocé contra el asiento y las lágrimas y la saliva se mezclaron bajo mi mejilla.
—Por favor, no, no, por favor, oh, Dios, basta, basta, basta…
Odiaba el sonido sin vida de mi voz impotente.
Levantó su peso de encima de mà por un segundo: o habÃa cambiado de opinión o se estaba poniendo más cómodo, pero no esperé a averiguarlo. Me retorcà y subà las piernas. Sentà que los tacones de aguja de los zapatos rasgaban la piel arrugada del asiento mientras me impulsaba hacia delante, hacia el otro lado, intentando agarrar la manija de la puerta contraria. La sangre me atronaba en los oÃdos cuando mi cuerpo entró en el modo «luchar o huir». Y entonces me detuve porque me di cuenta de que Buck ya no estaba dentro del coche.
Al principio no entendÃa por qué estaba de pie ahÃ, junto a la puerta, mirando hacia otro lado. Y entonces vi que su cabeza caÃa hacia atrás. Dos veces. Cargó como un loco contra algo, pero sus puños no golpearon nada. Hasta que no le vi volver andando hacia atrás, hasta golpear contra mi coche, no pude descubrir con qué (o mejor dicho, con quién) se estaba peleando.
El tipo no dejó de mirar a Buck mientras le daba otros dos golpes secos en la cara y se desplazó hacia un lado cuando los dos empezaron a moverse en cÃrculos y Buck se puso a lanzar puñetazos inútiles mientras le sangraba la nariz. Finalmente Buck bajó la cabeza y se lanzó hacia delante como un toro, pero ese esfuerzo resultó su perdición cuando aquel extraño le lanzó un gancho fácil y alto, directo a la mandÃbula. Cuando Buck se vio obligado a levantar la cabeza, un codo se estrelló contra su sien con un ruido seco aterrador. Chocó con el lado de la camioneta, la usó para impulsarse y se lanzó con